Resumen:
A partir de la década de los 90 la distinción sexo/género que había sido acuñada en el ámbito feminista treinta años antes, especialmente como estrategia de lucha política, comenzó a ser revisada y criticada por teóricas feministas de diversos ámbitos de estudio. La sospecha recaía sobre la separación entre el sexo (asociado a la biología) y el género (como una categoría construida) desconfianza que, finalmente, desestabilizó completamente dicha dicotomía. Es decir, desde una perspectiva deconstructivista se cuestionaban las bases de una ontología que, aunque con diferencias entre las diversas posturas, fijaba el significado del sexo, el género y los cuerpos, centrada especialmente en el par naturaleza-cultura. El carácter prelinguístico y acultural del sexo, la pasividad y ahistoricidad del cuerpo, y los géneros como meras construcciones culturales fueron y siguen siendo el blanco de la deconstrucción. Así, incialmente desde la perspectiva de Tomas Laquer -en la que la diferencia sexual anatómica es un efecto de los compromisos acerca del género de cada sociedad-, continuando con la postura de Teresa de Lauretis -en la cual el género es una tecnología, como las estudiadas por Foucault, que contribuye a la construcción de la normalidad- y culminando con Judith Butler -quien sostiene que tanto el sexo como el género son productos de la cultura- se cuestionó el carácter natural y previo de los sexos con respecto al género.