Resumen:
La democracia deliberativa no es popular entre los científicos sociales. Para ellos
suena como algo muy similar a la concepción “clásica” de la democracia, con sus ideas
ingenuas acerca de la virtud cívica y la promoción del bien común. Especialmente desde
que Schumpeter presentó aquella tesis escéptica en 1942,1 los economistas y politólogos tienden (al menos en mayor medida que los filósofos y teóricos políticos) a preferir una concepción mínima y realista de la democracia, de acuerdo con la cual los individuos, de modo bastante racional, mayormente ignoran la política y, también de modo bastante racional, se preocupan principalmente por sí mismos. El valor de la democracia, desde este punto de vista, es que se puede contar con cierta estabilidad dándole a la gente lo que
pide (aunque esto no explica la aceptación por parte de los perdedores). Por supuesto,
hay otras formas, frecuentemente mejores formas, de dar a la gente lo que pide, como el mercado económico, de modo tal que el valor de la democracia es superado fácilmente. El disfavor frente a la democracia deliberativa (el que no es de manera alguna uniforme; estoy generalizando) entre los científicos sociales es parte de su ambivalencia sobre la democracia en sí misma. Es raro encontrar a alguien que defienda formas políticas no democráticas, pero muchos creen que si la mejor política es la democrática, entonces la política misma debería ser evitada, siendo la alternativa preferida el libre mercado.