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dc.contributor.author Fiss, Owen
dc.date.accessioned 2011-09-08T19:56:43Z
dc.date.available 2011-09-08T19:56:43Z
dc.date.issued 2009-08
dc.identifier.issn 0328-5642
dc.identifier.uri http://hdl.handle.net/10226/540
dc.description REVISTA JURIDICA |AÑO 10|NÚMERO 1|AGOSTO 2009| en
dc.description.abstract La democracia es un sistema que confiere el poder último de gobierno a ciudadanos individuales. Como se evidencia a partir de la regla que requiere la extensión del sufragio universal y la regla que exige una persona un voto, gran parte del atractivo de la democracia reside en la exaltación del principio que proclama la igualdad moral de los ciudadanos: se presupone que las opiniones de una persona merecen tanto respeto como las de cualquier otra. Este postulado incomoda a muchos porque sabemos que ciertas personas están, a decir verdad, mejor calificadas que otras para ejercer el poder de gobierno. Son más inteligentes, están mejor informadas, son más conscientes del mundo que las rodea y mucho más capaces de ejercer un sabio juicio. Este hecho ha causado que algunos le den la espalda por completo a la democracia. Otros han respondido buscando asignar el derecho al voto según criterios que examinan la conciencia cívica y el alfabetismo. Aunque los estadounidenses hemos probado esta última alternativa en varios momentos de nuestra historia, la hemos rechazado posteriormente, en gran medida porque ella fue utilizada de manera injusta para negarle el derecho al voto a grupos desaventajados. Nuestra estrategia actual es más inclusiva: intentamos expandir el conocimiento y entendimiento de todos los ciudadanos para asegurarnos de que todos estén capacitados para ejercer el poder de gobierno de una manera sabia e inteligente. Esta, creo, es una de las funciones centrales de un sistema de educación formal y una razón importante por la cual, en los Estados Unidos, la educación primaria y secundaria son obligatorias. El propósito del sistema de educación formal no es meramente dotar a los individuos de las herramientas necesarias para hacerlos totalmente productivos, y volverlos miembros sociables de la sociedad. El sistema –y tal vez de manera más importante– está diseñado también para permitirnos a todos cumplir apropiadamente con los deberes de la ciudadanía. De esta manera, la educación obligatoria le da contenido a la premisa igualitaria que subyace a la democracia. El sistema de educación formal de los Estados Unidos, con sus componentes tanto públicos como privados, es vasto y abundante. A decir verdad, es uno de los tesoros más preciados de nuestra nación. Pero no es ilimitado. Aunque algunos ciudadanos continúan su educación formal ya entrados en la adultez, para la mayoría ella concluye en su adolescencia tardía. Para ese momento, resulta justo suponer que las bases apropiadas ya han sido establecidas. Sin embargo, la democracia requiere que el proceso educativo continúe; los ciudadanos tienen que poder actualizar y reevaluar su conocimiento a medida que el mundo circundante cambia y se enfrentan a nuevas situaciones. Una democracia que funciona bien no sólo depende de un sistema de educación formal sino también de un continuo sistema de educación informal. en
dc.language.iso es en
dc.publisher Universidad de Palermo en
dc.subject Democracia en
dc.subject Sufragio universal en
dc.subject Igualdad moral en
dc.title Las dos caras del Estado. en
dc.type Article en


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  • Revista Jurídica de la Universidad de Palermo
    La revista Jurídica de la Universidad de Palermo es una publicación semestral del Centro de Estudios de posgrado de la Universidad de Palermo. Los trabajos firmados no representan la opinión de la revista y son exclusiva responsabilidad de los autores.

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