Journal de Ciencias Sociales Año 13 Nº 24
ISSN 2362-194XLos dilemas de escribir en la universidad
Daniel Del Percio1
Universidad de Palermo
Ensayo
Material original autorizado para su primera publicación en el Journal de Ciencias Sociales, Revista Académica de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Palermo
Recepción: 25-2-2024
Aceptación a la espera de asignación de número: 3-12-2024
Resumen: Los estudiantes, tanto de grado como de posgrado, deben enfrentar complejas situaciones en el desarrollo de sus trabajos académicos, desde una simple ponencia a los resultados de un proyecto de investigación (incluso una tesis doctoral), con la presión de ser rigurosos y creativos al mismo tiempo. El rigor propio de la escritura académica impone el empleo de pasos; y se verifica, en efecto, que la puesta en texto de una reflexión teórica o los resultados de una investigación, suele ser la instancia más compleja, en especial para los estudiantes noveles en Ciencias Sociales. Nuestro propósito en el presente ensayo es explorar este problema (poco abordado, por cierto) con la finalidad de brindar instrumentos básicos para que cada autor y autora pueda encontrar el camino más eficaz para llevar a cabo la producción de su propio texto. Se puntualizará la importancia de la escritura en la construcción del conocimiento, del empleo de la retórica, de una adecuada argumentación y de una correcta redacción. A su vez, se pondrá énfasis en la organización del texto académico y su valor absolutamente determinante. Más allá de la búsqueda de objetividad, se subrayarán los aspectos personales del investigador y el de la escritura en sí.
Palabras clave: metodología de la investigación; retórica; construcción del conocimiento; la argumentación.
Dilemmas of writing at the university
Abstract: Students, both undergraduate and graduate, must navigate complex situations while developing their academic work, ranging from a simple presentation to the outcomes of a research project (even a doctoral dissertation), under the pressure of being both rigorous and creative. The inherent rigor of academic writing demands adherence to specific steps, and it is evident that the act of putting a theoretical reflection or research findings into text is often the most challenging stage, especially for novice students in Social Sciences. The aim of this essay is to explore this issue (which has received little attention, to be sure) to provide basic tools so that each author can find the most effective path to producing their own text. The discussion will highlight the importance of writing in the construction of knowledge, the use of rhetoric, proper argumentation, and clear writing. Additionally, emphasis will be placed on the organization of the academic text and its absolutely crucial value. Beyond the pursuit of objectivity, the essay will underscore the personal aspects of the researcher and the process of writing itself.
Keywords: investigation methodology; rhetoric; knowledge construction; argumentation.
1. Introducción
En lo que respecta al desarrollo de la producción de un texto académico, la dificultad más importante suele estar en una dimensión escasamente tratada: el modo personal de articular y producir, concretamente, un texto. Al respecto podemos recomendar nuestro trabajo anterior, enfocado al proceso de escritura: “Imágenes de la otredad: La estética de la recepción y sus implicancias en la redacción de textos académicos” (Del Percio, 2016).
En este aspecto reside, quizás, la mayor dificultad de elaborar un trabajo académico, desde una simple ponencia a una tesis doctoral: ser riguroso y ser creativo al mismo tiempo. Hemos llegado así a plantear, por fin, el objetivo de este ensayo: cómo desarrollar el propio proceso de trabajo y, sobre todo, de escritura, en el ámbito de la universidad. Afirmación en algún punto contradictoria, quizás, porque esto no puede enseñarse, no es una fórmula que podamos aplicar. Pero sí podemos establecer ejes, conceptos, ideas, formas de abordar los problemas que el escribir (y, como veremos, también el leer) implican dentro del ámbito académico. Una praxis que, también, nos construye a nosotros como personas.
2. El arte de empezar (y cómo seguir)
La primera pregunta es tan simple que suele ser olvidada incluso por muchos epistemólogos: ¿por dónde empezar? La respuesta debería ser obvia, pero lamentablemente, no lo es: por la lectura. Debemos leer, y leer proactivamente, antes de sentarnos frente a la página en blanco (disculpen el anacronismo, pero lo juzgo más elegante que decir, “cursor titilante”). En otras palabras, se comienza por leer y tomar apuntes sobre la lectura. Apuntes aún informales, provisorios, que no sabemos si vamos a emplearlos. Y estas lecturas y apuntes deben orientarnos en cuál será nuestro “decir”.
Existen magníficos ejemplos de pensadores, investigadores y escritores que han trabajado con esta técnica. Quizás por afinidad cultural, presento aquí el caso de Giacomo Leopardi (1798-1837), considerado uno de los más grandes poetas de la lengua italiana. Pero no es la poesía lo importante aquí, sino su obra como pensador, el Zibaldone (palabra cuya traducción aproximada sería Miscelánea), un enorme compendio de ideas y apuntes de todo tipo que escribió a lo largo de casi quince años. Lo central no es el vasto número de apuntes (el manuscrito original posee 4526 páginas manuscritas) sino el sistema de pensamiento que conforma, en donde la escritura no es lineal sino “circular” desde y hacia distintos fragmentos, que se van interconectando, contradiciendo o reafirmando. La obra leopardiana es, en sí, un sistema gravitatorio de fragmentos que orbitan alrededor de un conflicto central: su angustia por el fin del Humanismo. Fabiana Cacciapuoti describe esta escritura efectivamente como “circular”, como un sistema aparentemente caótico y que, sin embargo, vive buscando un centro nunca precisado: “La scritturadelloZibaldoneintesa come progetto nasce come antidoto a questasensazione: un pieno contra un vuoto” (Cacciapuoti, 2010, p. 6) (“La escritura del Zibaldone entendida como un proyecto nació como antídoto para esta sensación: el pleno contra el vacío.” [Nuestra traducción.]). La escritura “circular”, rizomática o, en todo caso, que rechaza la linealidad y convive con la contradicción, es profundamente creativa y libre. El “pleno” no es otra cosa que ese “centro” que “existe” mientras es “buscado” a través del camino de la escritura. Sospechamos, entonces, que para Leopardi (y para aquellos que practican este tipo de escritura) el saber es, ante todo, experiencia del camino hacia el saber, en donde se vive la “sabiduría” (esto es, el conocimiento entretejido de vida). A diferencia del mero “conocimiento”, que parece desdeñar el camino mismo. Un camino a través de un paisaje. Y ese paisaje es la disciplina.
La escritura fragmentaria es un magnífico sistema abierto, capaz de crecer indefinidamente. Una obra filosófica o poética bien podría crecer como el Zibaldone. No así la escritura científica, a la que muy bien le viene comenzar de este modo, abierta y fragmentaria, enriqueciendo al autor con ideas y nuevos conocimientos, pero en cierto punto el peso “gravitatorio” del objeto de investigación debe imponerse y cerrar (al menos, parcialmente) el sistema de ideas del proceso creativo. Por tanto, en el mundo académico, podríamos decir que todo trabajo de investigación se inicia como un sistema abierto de ideas que, en cierto punto, debe cerrarse, plegarse sobre su objetivo final. La conclusión, último elemento de un texto académico, es el ícono de ese pliegue.
La meta, ese centro de gravedad imprescindible, aparecerá, ya brumosa y lejana, pero aparecerá, cuando hayamos leído proactivamente lo suficiente. El nuevo problema que surge al investigador es ¿cómo sabemos cuándo será suficiente? Cuando ya podamos intuir cómo organizar el futuro texto del trabajo de investigación. En otras palabras, cuando seamos capaces de transformar ese sistema abierto que construimos en un sistema cerrado. Y esto implica que quizás muchas ideas elaboradas en el proceso deban dejarse de lado. No ha sido tiempo perdido. En toda investigación lo que crece, además del texto, es sobre todo el investigador.
Y entonces al fin llega el momento de organizar las ideas (quizás no el texto todavía). Y aquí bien puede acudir a nosotros una herramienta clásica: la retórica.
La retórica, tan denostada al punto de que frecuentemente este término se emplea en sentido peyorativo o crítico aplicado a un discurso que se considera “vacío” (en el sentido de carecer de sustancia), constituye sin embargo un eje no solo tradicional, sino sin duda tan eficaz hoy como en la Atenas de la Ekklesía (“Asamblea”, de esta palabra griega deriva nuestro actual “Iglesia”), ámbito en donde los oradores se lucían con magníficos discursos forenses. Retórica deriva de “rhesis”, “discurso, manifestación”. Distintos autores, como Cuddon, la definen como el arte de emplear el lenguaje con fines persuasivos, ya sea por escrito o de forma oral (2001, p. 715). Grandes pensadores de la Antigüedad escribieron tratados de retórica: Aristóteles (“Retórica”), Quintiliano (“Institutio Oratoria”), Cicerón (“De Optimo Genere Oratorum” y “De Oratore”). Su importancia siguió vigente durante toda la Edad Media y principios de la Modernidad, donde destacamos autores como Dante Alighieri y Giovanni Pico della Mirandola. William Shakespeare solía emplear recursos de la retórica en sus dramas. Aún sigue siendo importante en el ámbito del Derecho y de la Política en muchas culturas, como por ejemplo su empleo por abogados en los tribunales orales y por grandes figuras políticas como Winston Churchill y John Fitzgerald Kennedy. Incluso el presidente argentino Juan Domingo Perón fue un cultor de la retórica y gran lector de los clásicos del género, y de Aristóteles en particular.
Lo significativo es que existe un punto en donde ambos tipos de discurso, el oral y el escrito, se vinculan: el debate. Porque incluso en la palabra escrita, en un artículo, tesis o ensayo, los que escriben debaten (debatirán en un futuro que, mientras más extenso resulte, más fructífero será) con aquellos que leen. Un debate sin oralidad en donde, hoy, más importante que persuadir es sin duda el debate mismo. Y así como la proximidad espacial y la simultaneidad de la oralidad le otorga pasión al discurso, la distancia física y temporal que impone la escritura produce un efecto de profundidad de campo, a costa de la intensidad.
Para comprender con claridad el valor de la argumentación, es útil compararla con el discurso explicativo, que erróneamente muchas veces el escritor novel suele emplear. El discurso explicativo es típico de la reseña, donde se busca explicar lo más detalladamente posible (dado el espacio) una obra que se considera relevante. Por tal motivo, el enunciador debe adoptar un punto de vista objetivo. Explicar implica utilizar recursos específicos, como ser el ejemplo, la definición, la analogía, la metáfora y la paráfrasis. Es claro que un trabajo de investigación no puede ser solo explicativo, ya que estaríamos simplemente glosando la bibliografía que empleamos.
El discurso argumentativo, en cambio, es más propio del artículo científico, aunque el género que mejor lo representa es el ensayo. En el artículo científico, debemos argumentar (aunque bien esta argumentación puede estar complementada con explicaciones puntuales) para recorrer el camino entre el problema planteado y la confirmación (o refutación, aunque esto sería menos frecuente) de la hipótesis.
La argumentación opera sobre la base de la relación entre un emisor, que propone una serie de ideas (argumentos), un receptor que recibe y evalúa las opiniones del emisor y al que se busca convencer, y la materia (problema) de esas ideas, objeto del debate. Pero a diferencia de la explicación, que suele ser monológica (es decir, un tipo de discurso con escasos matices), la argumentación es siempre polifónica (esto es, emplea una multiplicidad de voces), como lo son sus herramientas: la cita de autoridad, la refutación, la ironía (muy frecuente en la argumentación del discurso oral, y mucho menos en el académico), la cita sin atribución específica, etc. Si nos enfocamos en el empleo de la argumentación como discurso académico, es claro que implica géneros más complejos, como ser la tesis, el ensayo, la ponencia, la monografía, e incluso el informe de lectura. Quizás no requiere mayor aclaración que es nuestro marco teórico la principal fuente de argumentación para transitar el camino entre el problema formulado y la hipótesis planteada.
De lo expuesto surge que no toda forma de argumentación es apropiada para el ámbito académico, en particular porque los argumentos que debemos emplear no pueden basarse en falacias, ataques personales, o solo justificarse por el prestigio personal del autor, o emplear ironías (Falacia ad hominem, Falacia ad baculum, Falacia ad populum, etc.). Por el contrario, nuestros argumentos pueden basarse en definiciones o analogías (donde podríamos emplear brevemente el discurso explicativo como complemento) y sobre todo en citas de autoridad (marco teórico, datos recopilados según encuestas o procedimientos estadísticos prefijados, valores obtenidos en laboratorios, etc.).
Desde una perspectiva puramente formal, la estructura de una argumentación desde la retórica comprende cinco partes, en donde es importante tener presente que los límites entre ellas rara vez son categóricos.
- El exordio: primera parte del discurso donde se explicita la tesis (es decir, el argumento que pretendemos sostener), el orden de la exposición y la justificación de por qué estamos aquí, argumentando. Un detalle no menor es la necesidad de que se “conquiste” al lector. El comienzo de todo artículo o de todo discurso debe tener entre sus objetivos la “seducción” de sus receptores. En el caso de un artículo o tesis, evidentemente los paratextos que conforman el título y, de existir, el epígrafe, son elementos fundamentales.
- La narración o el relato de acontecimientos: en un discurso, el punto de partida del debate; en un trabajo científico, el marco de la experiencia sobre la cual vamos a exponer.
- La argumentación o prueba: nuestros argumentos, combinados con las evidencias, esto es, datos, citas de autores, resultados de mediciones, encuestas, etc.
- La digresión, que no implica necesariamente alejarse del tema desarrollado, sino proveer ejemplos, contraejemplos, establecer una red conceptual con otros temas no tratados en nuestro trabajo, pero conectados con él. Incluso, lograr cierto grado de distensión breve, si nuestra argumentación es particularmente extensa o compleja.
- El epílogo o la peroración, esto es, las conclusiones, en donde no basta con sintetizar y sistematizar las ideas expuestas, sino también “conquistar” el ánimo del lector.
3. La preparación (personal) para el trabajo
lngressuminstruas, Progressum custodias, Egressumimpleas, reza una oración de Santo Tomás, filósofo y teólogo del siglo XIII, que el filósofo francés Jean Guitton traduce con cierta libertad como “Vigila las preparaciones, cuida de los progresos, saca provecho a los frutos” (Guitton, 1999, p. 34). El Aquinate y el francés quieren decirnos que preparar un trabajo es también (y especialmente) prepararnos. Nada es tiempo perdido al investigar y escribir, porque en estas acciones, crecemos. Nosotros somos también el fruto de nuestro trabajo. Guitton amplía la idea del siguiente modo:
Parece que el primer consejo que hay que dar al que trabaja es el de entrar primero en el conocimiento de sí mismo, lo cual no consiste en cogerse la cabeza entre las manos y en sumergirse en el abismo interior en el que no se ve nada, sino en volver a pasar por la memoria lo que se ha hecho durante la última semana, en enumerar las horas en las que se ha trabajado de verdad, en discernir en qué se ha errado y en qué se ha acertado. Este reconocimiento de sus propias fuerzas es necesario, pues las ideas más tontas son las más extendidas, ya que los programas hacen creer que nuestro saber puede ser enciclopédico. (Guitton, 1999, p. 35)
El valor no está en la suma de conocimientos o técnicas, sino en desarrollar costumbres, hábitos propios del investigador, que le permiten adaptarse a textos, problemas y circunstancias nuevas. Toda una cultura. En esto reside el “conocimiento de sí mismo”. Pero ese sí mismo se desarrolla en un tiempo, que por lo general nunca alcanza. Guitton distingue tres fases temporales en el trabajo (1999, p. 38): descanso, preparación y ejecución. “No toleres ni medio trabajo ni medio descanso”, sostiene el filósofo. Hay que enfocarse en uno u otro. El descanso es fundamental cuando no podemos producir, por fatiga o distracción. No tiene sentido perseverar en el trabajo si estamos agotados: no habrá frutos de ese esfuerzo. Y esto es profundamente individual. Cada uno sabe en qué momento del día es más productivo, y debe enfocar su tarea en lo posible en ese momento. Es cuando descubrimos si somos “alondras” o “búhos”, amigos del amanecer o de la nocturnidad.
Y así como el tiempo es fundamental, también lo es el espacio. La elección del lugar del trabajo es importante. No se rinde del mismo modo en cualquier sitio. Guitton habla de “preparar un nido” para el trabajo (1999, p. 42). Podemos imaginarlo como un sitio íntimo, aislado, rodeado de libros. O una mesa de café. O en un jardín, donde leeremos al aire libre. Pero ese “nido” en cierto modo podemos llevarlo “dentro” y saber instalarnos en él en cualquier lugar. No necesitamos tener todas las herramientas a mano cuando trabajamos. Incluso a veces la carencia es una gran ayudante. No disponer de a quién preguntar ni una computadora o celular cerca nos obliga a hacer el esfuerzo de pensar por nosotros mismos cómo resolver ese problema. Una vez más, podemos citar a Jean Guitton sobre lo que el pensador francés llama “La Privación”. La idea parte de una situación puntual que vive: teniendo que escribir y careciendo tanto de su biblioteca y de papel y tinta, ¿qué sucede con las ideas?
Nuestra civilización, completamente saturada de conocimientos y de medios de saber, ofrece tantas máscaras y tantas falsas bases que el hombre ya no sabe que es lo que sabe y que es lo que ignora. La prueba de que se sabe algo, dice Aristóteles, consiste en que se puede enseñar. Me he dado cuenta, gracias a esta carencia de libros y de notas, de lo poco que sabían los más sabios; pero este poco, cuando provenía de sus entrañas, lo enseñaban bien. (Guitton, 1999, p. 20)
No es el volumen de datos lo esencial, sino la capacidad de combinar y repensar nuestros conocimientos la clave de la fluidez al escribir. Para actualizar las citas y las referencias siempre tendremos tiempo después, en la post-redacción. Por tanto, no es conveniente interrumpir la escritura para confirmar una referencia: bien puede quedar para más tarde. Acaso el abuso de los buscadores de internet atenta contra nuestra creatividad. Dependemos cada vez más de lo que está “fuera de nosotros” en lugar de construirlo por nosotros mismos. La sociedad “Google” es una sociedad intelectualmente perezosa. Y profundizando esta reflexión, podríamos sostener que el empleo de la Inteligencia Artificial en la redacción sin duda incrementará nuestra productividad, pero inexorablemente también traerá un “achatamiento” de la escritura, por la pérdida de creatividad y del esfuerzo personal asociado. Insistimos con este punto: el acto de escribir nuestras ideas nos construye.
4. Pautas para organizar el proceso de escritura
Ya tenemos una idea de cómo desarrollar nuestra argumentación. Hemos leído, tomado apuntes, elaborado ideas, explorado bibliografía. Preparamos nuestro lugar para trabajar, organizamos nuestro tiempo. Ya no hay excusas para comenzar la redacción propiamente dicha de nuestro trabajo. Situación que con frecuencia nos tienta a la postergación. Esta forma de procrastinación es tanto más problemática cuanto con más tiempo contemos. La agonía de la prisa a veces constituye un incentivo fundamental. Aunque tampoco es prudente confiar en esto. Lo más eficaz es organizar un tiempo más o menos fijo y regular, y ocuparlo siempre con alguna tarea vinculada con nuestro trabajo (y que no necesariamente es la escritura).
Pasemos a la organización del texto en sí. En un trabajo anterior (Del Percio, 2016) abordamos entre otros temas las distintas etapas del proceso de escritura: Pre-redacción, redacción propiamente dicha y post-redacción. Todo lo expuesto hasta aquí corresponde a la pre-redacción, esto es, los prolegómenos a la escritura definitiva. A partir de este punto, nos ocuparemos de la redacción y post-redacción. Tal como lo hicimos en su oportunidad, es importante aclarar que ninguna de estas etapas tiene un cierre conclusivo. El único cierre definitivo es la entrega del trabajo. Mientras, las distintas etapas se solapan continuamente, por cuanto podemos seguir tomando apuntes mientras redactamos, y podemos ir corrigiendo el texto y la bibliografía teniendo aún la redacción incompleta.
La redacción es un acto por el cual reelaboramos la etapa fragmentaria de las ideas y apuntes en forma de un texto definitivo. Esto implica, según Roque-Pitt (2007, p. 20), las siguientes fases:
- El pasaje de la organización jerárquica de las ideas a su disposición lineal. La gramática, la ortografía (en particular, la puntuación) y la disposición del texto contribuyen a señalar esta jerarquía.
- El control de la adecuación de los elementos lingüísticos que modelan el ámbito global del texto (conectores, segmentación), con los que precisan el ámbito local (las palabras y su combinación, las oraciones y sus relaciones)
- La regulación de la inserción del texto en el marco del contexto personal, cognitivo e intencional que determina su pertinencia y su eficacia en relación con los destinatarios (esto es, siempre tener presente al receptor hipotético que hemos pensado para nuestro escrito).
Expresado de otro modo, las ideas centrales deben expandirse (1.) a partir de desarrollarlas con claridad y precisión en oraciones (preferentemente breves). Estas oraciones deben mantener coherencia y cohesión entre sí, sin cambios bruscos de tema y debe quedar siempre claro el sujeto de la oración (2.). Por último, debe tenerse muy presente que nuestro texto debe ser concebido para ser leído, y no solo para ser escrito (3.), razón por la cual son críticas la claridad y la adecuación de la terminología.
Es evidente que la escritura requiere un tipo de organización y léxico considerablemente más riguroso que la lengua hablada. Por lo que nunca debemos emplear expresiones coloquiales en un trabajo académico, a menos que, puntualmente, quisiéramos elaborar algún golpe de efecto en el estilo. Pero para hacer esto es preciso tener muy clara la rigurosidad de la lengua escrita. Podemos citar aquí un delicioso ensayo de Italo Calvino, “Las palabrotas”, en donde el escritor italiano comparaba la escritura con un paisaje. Los diferentes niveles de lenguaje (obsceno, popular, culto) conforman “hondonadas y crestas”, y evitan que sea una llanura, de por sí, menos vistosa como paisaje (Calvino, 1995, pp. 332-334).
Una metodología posible de trabajo partiría del principio de “rellenado”. Esto es, construir el texto a partir de los apuntes y notas elaborados en la pre-redacción. Sugerimos los siguientes pasos que, se entiende, no se dan estrictamente uno a continuación de otro sino en un desarrollo dinámico:
Primer paso: volcar al texto las notas, apuntes, citas que hayamos seleccionado y que estimamos vamos a utilizar (esto es provisorio, bien puede ser que luego tengamos que eliminar alguna).
Segundo paso: Estructurar estas notas en secciones (subtítulos): Introducción, y los diferentes segmentos en que dividiremos el Desarrollo. La elección de los subtítulos es muy importante, porque otorga claridad a la exposición y nos permite trabajar con secciones más manejables.
Tercer paso: Construir los eslabones que unan esas notas. Conectar ideas, profundizarlas, agregar ejemplos y citas nuevas, etc. Aquí es importante evitar el exceso de formas redundantes y “vacías” de significación, como las expresiones “De un modo” “De otro modo”, “Sin embargo”, “Tal vez”, etc.
Cuarto paso: Darle coherencia a la estructura de secciones (esto implica crear nuevas, fundir dos o tres en una), mover un fragmento, eliminar ideas repetidas o estar atento a lo que no dijimos todavía y se supone que tenemos que decir. Observar aquí que se solapan la redacción con la post-redacción. Gracias a Dios, hoy escribimos con Word, no con máquina de escribir ni con pluma. Es fundamental ser conscientes de que no hemos escrito de menos ni de más. El exceso puede ser aún peor que el defecto.
Quinto paso: Se alcanza la Armonía, cuando al releer todo el texto descubrimos que ningún fragmento desentona del camino que llevará a las conclusiones. Ni cuando tenemos saltos abruptos en las secciones. Se entiende que en este paso estaríamos en condiciones de redactar las Conclusiones. No obstante, hay quienes aconsejan escribir al menos el borrador de las ideas finales al comienzo del trabajo, y no al final. Un modo, muy sugerente, de tener clara la meta a la que se quiere arribar. Esta estrategia, que el autor de este trabajo aplica frecuentemente, puede implicar que tengamos que reelaborar las conclusiones al final del proceso de escritura, ya que el desarrollo del trabajo, una vez completo, puede imponer cambios en el cierre.
Si bajamos a un nivel más profundo y detallado, encontramos otro problema. ¿Cómo construir un párrafo, cómo darle forma textual a la idea? Para esto, retomamos la lógica de la argumentación.
Hay tres maneras de argumentar:
1. A priori (partimos de un argumento que consideramos verdadero, es un tipo de argumentación deductiva, independiente de la experiencia).
2. A posteriori (literalmente “a partir de lo que viene después”, refiere al conocimiento de carácter inductivo, que se adquiere a partir de la experiencia).
3. A contrariori (cuando una proposición se considera válida porque no fue refutada; es lo opuesto a la analogía).
Evidentemente, en investigación la argumentación más adecuada es la 2., a posteriori, a partir de citas, ejemplos, datos, etc.Recordemos que en humanidades y ciencias sociales los datos pueden ser efectivamente datos (producto de estadísticas, encuestas, etc.) o citas de bibliografía. En ambos casos, apoyamos nuestro razonamiento a partir de ellos.
La transmisión de conocimiento, como vemos, es un proceso laborioso. Pero hay dos modos en que esto puede realizarse. Scardamalia y Bereiter (1992) formularon dos modelos para explicar esta transmisión. El primero, se trata de una interacción simple entre el campo del contenido y el del discurso, es decir, sin un “valor agregado” entre el contenido y el discurso que lo expone. El segundo es más complejo, y representa una dialéctica que enriquece el contenido a partir de una profunda elaboración del discurso. En otras palabras, la forma se vuelve un contenido que amplifica y profundiza el contenido. Esta es la diferencia entre “decir el conocimiento” (modelo 1) y “transformar el conocimiento” (modelo 2).
El primer modelo es de mera transmisión de datos y no existe una auténtica construcción de conocimiento. En el segundo, se ponen en juego múltiples planos, de modo que, al afirmarse algo en la escritura, ese “decir” es mucho más que el dato original, puesto que carga con significados provenientes del contexto, de la reflexión, de otras lecturas y/o experiencias vividas por el escritor. Se entiende entonces que el primer modelo replica en el acto de escribir al del “lector pasivo” (es literal), mientras que el segundo, hace lo propio con el del “lector activo”. Scardamalia y Bereiter (1992) distinguen dos espacios donde el conocimiento se transforma: el del contenido (lo que se quiere transmitir) y el retórico (cómo se transmitirá). Esto implica que:
La transformación del conocimiento se produce dentro del espacio del contenido pero, para que ésta se realice debe haber una interacción entre el espacio del contenido y el espacio retórico. La clave consiste en traducir problemas del espacio retórico en subobjetivos a conseguir dentro del espacio del contenido y viceversa. Así, las dificultades que se pueden encontrar dentro del espacio retórico por ejemplo, para que una afirmación sea convincente, podrían traducirse en subobjetivos que produzcan entre otros: la explicación de los motivos de una creencia, la ejemplificación de los conceptos, el desarrollo de los pasos intermedios en la cadena de razonamiento, los argumentos en contra de otra creencia, etc. (Scardamalia y Bereiter, 1992, p. 48)
De lo expuesto queda claro que el objetivo al escribir debe enfocarse en transformar el contenido mediante las herramientas de la argumentación. No basta entonces con acumular marco teórico y bibliografía. Es imprescindible trabajarla para que el texto no sea un mero transmisor de datos. El objetivo que persiguen los textos académicos es comunicar conocimientos que impliquen la expansión, profundización o refutación, entre académicos de una misma disciplina, de un tema pertinente a ella, de modo de realizar aportes teóricos y/o de estudios de casos. Un texto académico, para serlo, debe plantear un problema complejo, y debe responderlo. Pero, recordemos, las respuestas nunca son definitivas, porque el conocimiento siempre está en construcción. Nuestros aportes serán, siempre, provisorios, aunque sean tremendamente valiosos hoy.
En este proceso de transformación es fundamental el rol del punto de vista o focalización: hay que saber percibirlo en la lectura; y hay que saber construirlo en la escritura.Esto se observa claramente al comparar un texto escrito para un diario o revista de circulación general contra un texto escrito para una revista académica. Al revés, una tesis debe ser reformulada para poder ser editada como libro, ya que el libro requiere un discurso más ágil y menos cargado de erudición. Esto es, detenerse a pensar qué tipo de lector tendremos (que tan pasivo, activo o pro-activo podría resultar). Desde ya, mientras más exigente construyamos a nuestro receptor, menos lectores tendrá nuestro texto. Es lógico, los textos académicos no nacen para ser best-sellers. No obstante, es también esencial el papel que desarrollan los trabajos de divulgación, y no es infrecuente que grandes científicos e investigadores hayan dejado de lado la rigurosidad para desplegar un discurso mucho más ameno y seductor. Podríamos citar a IlyaPrigogine, Werner Heisenberg, Bertrand Russell, Stephen Hawking y Umberto Eco, solo para nombrar algunos muy conocidos (y entre ellos, varios premios Nobel).
Recordemos que la palabra “texto” es en sí, una metáfora, asociada con lo textil, con el “tejido”. Así como una tela surge del entretejido de hilos diferentes, de distintos colores e incluso grosores, conformando una trama o “dibujo”, un “texto” nace de la interrelación de oraciones diferentes, pero orientadas a construir un mismo “dibujo” o “trama”. El significado final, como en el tejido, no está en cada nudo (de tela o de palabras), sino en este “dibujo” final. El total es mucho más que la suma de las partes, si hemos construido significado. Si en cambio solo lo hemos “transmitido”, casi podríamos invertir la sentencia: la suma de las partes es mayor que el total, los “datos” son lo único valioso. Recordemos: dato no es conocimiento.
No podemos cerrar este trabajo sin profundizar en un tema fundamental: la calidad de la escritura. Desde el en apariencia simple problema de la ortografía (que engañosamente podemos creer resuelto gracias a los correctores de los procesadores de texto, que no son del todo confiables), hasta la más compleja tarea de sostener la coherencia del texto, el trabajo no es menor. Alicia Zorrilla, directora de la Fundación Litterae y la primera mujer en ser presidente de la Academia Argentina de Letras, traza un muy claro esquema de cómo debe organizarse un artículo científico. Y, sobre todo, detalla qué aspectos de la redacción deben cuidarse (Zorrilla, 2014, pp. 99-106). No me detendré a enumerarlos aquí, pero lo esencial es evitar palabras y frases que no agreguen significado. Lo que no suma, resta. Transcribo solo una parte de su argumentación, que de por sí es muy elocuente:
La sencilla claridad es sinónimo de saber, y el que sabe lo que escribe tratará de no transgredir indebidamente el orden de los vocablos en la oración; de evitar oraciones de clausura, donde no puede penetrar el entendimiento humano porque ocultan con inigualable maestría la verdad del mensaje; largas oraciones agonizantes, que empiezan, pero nunca terminan porque mueren donde nunca concluyen; oraciones monótonas, tautológicas, que expresan lo obvio o que repiten lo que ya se ha dicho de diferentes maneras; términos crípticos; expresiones desusadas; neologismos y extranjerismos innecesarios; rimas triviales que generan cacofonía, sobre todo, con los poco sesudos adverbios terminados en -mente; juegos de palabras; preposiciones indiscretas, que se instalan donde las ponen, aunque ese no sea su lugar, o quiméricas, porque nunca están donde debieran estar; comas claustrofóbicas, es decir, las que jamás aparecen por temor al encierro entre palabras; comas extemporáneas —una después del sujeto; otra entre el verbo y el complemento directo—, que entorpecen la fluidez del contenido y lo convierten en una hojarasca de intentos inútiles. (Zorrilla, 2014, pp. 102-103)
La elocuencia de la autora me libera de hacer más aclaraciones. No obstante, quisiera puntualizar un último tema: la coherencia del texto, imprescindible para que exista una continuidad de sentido en lo expresado. De lo contrario, en lugar de ser una unidad, nuestro trabajo será un “conglomerado de ideas fragmentarias”. “Cerrar” el texto, que nació como algo fragmentario y abierto, implica que cada eslabón (párrafo o frase) esté perfectamente encadenado con el siguiente y con el anterior. Incluso si cambiamos de tema, dicho cambio debe ser armónico y no abrupto, como si hubiéramos pegado un tema después de otro.
¿Hay belleza en este proceso de escritura? Si lo hemos hecho bien, sí. El trabajo ha sido arduo, pero, como sostenía Platón, XalepátáKalá, “lo bello es difícil”. No por nada los más grandes escritores han sido autores de ensayos. A fin de cuentas, es la palabra la que da forma al saber. Y la que nos da una identidad.
5. Conclusiones: dilemas (y certezas) de la escritura
El camino recorrido a lo largo de este ensayo pretende asistir con diferentes recursos y métodos al autor que debe enfrentar la compleja instancia de la escritura académica. Ninguno de los elementos aportados, como la retórica, la argumentación, la escritura fragmentaria y circular, la consolidación final del texto, en donde debemos sobre todo prestar atención a la coherencia y a la cohesión y a una fina redacción, fue expresado como una fórmula a copiar, sino como una idea a emplear. En contra de lo que muchos suponen, e incluso desafiando alguna bibliografía existente, la escritura académica debe ser necesariamente creativa. Obviamente no de acuerdo con los paradigmas de la literatura, pero sí dentro de los límites estrictos de las metodologías de la disciplina, y sin perder de vista que el problema y la hipótesis planteadas deben ajustarse al marco teórico propuesto, y no libradas a la imaginación. Los aportes son múltiples: desde un filósofo como Jean Guitton a una especialista en la palabra como Alicia Zorrilla, las miradas diversas son imprescindibles. Y no terminan en las expuestas aquí. Hay dos cosas que como estudiantes, graduados y posgraduados no podremos dejar de hacer jamás: escribir y, sobre todo, leer. Y ambas prácticas trazan un camino mucho más extenso y laberíntico que el breve recorrido que realizamos en un trabajo. La persona se hace también al leer y al escribir, porque en esos verbos hay un “escribirse” y un “leerse” a sí mismos. La construcción del conocimiento es también la construcción del individuo que construye. Si tenemos presente este principio, el arte de la escritura (el nuestro, el que hemos elaborado para nosotros) será también parte de nuestra identidad.
Referencias bibliográficas
Cacciapuoti, F. (2010). Dentro lo Zibaldone. Il tempo circolare della scrittura di Leopardi. Donzelli.
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1 Doctor en Letras por la Universidad Católica Argentina (UCA), Magíster en Diversidad Cultural por la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTReF) y Licenciado en Letras por la Universidad del Salvador (USAL). Investigador y docente en la Universidad de Palermo. Docente de Literatura italiana en la USAL y la UCA. Correo electrónico: ddelpercio1@gmail.com
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