Psicodebate Vol. 16 Nº 2 | Diciembre 2016 | ISSN: 1515–2251 | e-ISSN: 2451-6600 | 35–50

http://dx.doi.org/10.18682/pd.v16i2.593

La empatía en la primera infancia

María Celeste Gómez1

Artículo

Material original autorizado para la publicación en la revista Psicodebate. Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Palermo.

Recibido 16–06–2016 | Aceptado 02-11-2016

Resumen

A lo largo de la historia del concepto de empatía se han desarrollado dos posturas para poder explicarla. Por un lado encontramos autores que se posicionan desde una visión cognitiva y, por otro, desde una mirada afectiva. En los últimos tiempos se ha logrado una integración interdisciplinaria de ambas. En este trabajo realizamos una revisión bibliográfica en diversas bases de datos considerando artículos tanto recientes como destacados en la materia. Nos abocamos a estudiar la empatía dentro de los dos primeros años de vida del niño, período que no ha sido del todo abarcado por la bibliografía como en otras etapas de la vida de la persona. Importantes estructuras cerebrales y componentes hormonas se encuentran comprometidos. Es el caso de la amígdala, las neuronas espejo, el surco temporal superior izquierdo, la corteza premotora, el lóbulo parietal inferior, el área de Broca y la oxitocina. De esta manera la empatía se ve ligada a la posibilidad de supervivencia del niño y, así, de la especie. Notamos que tanto en progenitores e infantes se despliegan conductas ligadas a la empatía. El apego es un concepto que puede conjugarse con este término si hacemos referencia a la primera infancia. Según el niño va creciendo, encontramos diferentes actitudes con respecto a la empatía que comienzan desde conductas que generan stress en los padres, como por ejemplo el llanto. A esto le siguen conductas de imitación por parte del bebé, primero en relación con sus padres y luego extendiéndose a su entorno y concluyendo en actitudes más independientes.

Palabras Clave: empatía, apego, infantes, neuronas espejo, amígdala.

Empathy in early childhood

Abstract

Throughout the history of the concept of empathy have developed two approaches to explain, first find authors who stand from a cognitive view and the other from an affective look. In recent times it has achieved an interdisciplinary integration of the two. In this paper we attempt to review various databases considering both recent and featured articles on the subject. We apply ourselves to study empathy within the first two years of a child's life, a period that has not been well studied as in other stages of life with regard to this concept. Important brain structures and hormones are involved, is the case of the amygdala, mirror neurons, the left superior temporal sulcus, the premotor cortex, inferior parietal lobe, Broca's area and oxytocin. In this way empathy is linked to the possibility of child survival and thus the species. We note that both parents and infants behaviors related to empathy are deployed. Attachment is a concept that can link the term of empathy if we refer to the period of childhood. As the child grows are different attitudes towards empathy starting from behaviors that create stress on parents, such as crying that allows parents to pay attention to the child; following by imitation behavior by the baby first in relation to their parents and then extending their environment and concluding more independent attitudes.

Keywords: empathy, attachment, infants, mirror neurons, amygdala.

La empatía es un concepto que permite en el niño sentar las bases para la afectividad en la edad adulta, de ahí la importancia de realizar un análisis de la misma. Para comenzar se hará un breve desarrollo histórico en relación con los cambios que sufrió este concepto.

En el siglo XVIII Robert Vischer introdujo la palabra alemana Einfülung, la cual hace referencia a "sentirse dentro de". Es en 1909 cuando Titchener acuñó el término empatía de una manera semejante a la que se utiliza en la actualidad. A través de la imaginación, el ser humano es capaz de ponerse en el lugar del otro. Esta temática es desarrollada por Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales en 1759. Siguiendo por esta línea, Köhler considera a la empatía como la comprensión de los sentimientos de los otros. Este recorrido histórico al cual hacen referencia Fernández Pinto, López Pérez y Márquez (2008), demuestra diferentes puntos de vista de un concepto relevante en el desarrollo del niño. Continúa haciendo referencia acerca de que es en el siglo XX cuando comienzan a aparecer nuevas definiciones para este concepto.

Lipps (1903) señala que la empatía se da por una imitación interna a través de una proyección de uno mismo en el otro. Mead (1934) sigue la línea desarrollada por estos autores y agrega que adoptar la perspectiva del otro es una forma de comprender lo que siente. Surgen definiciones que la explican como una capacidad metarrepresentativa, la cual intenta comprender qué sucede en la mente de otra persona, como una construcción que se hace de los estados mentales ajenos (Hogan, 1969). Todas estas definiciones permiten adentrarse en una visión con miras hacia lo cognitivo de la empatía, acercándose a constructos tales como la Teoría de la Mente desarrollada por Gallagher y Frith (2003). En ella, se ven habilidades como explicar y predecir el comportamiento tanto de uno mismo como de los demás, atribuyéndoles emociones, creencias, deseos o intenciones.

Es en la década del 60 cuando la empatía da un giro hacia connotaciones afectivas, del estilo del sentimiento vicario. Se destacan definiciones en las cuales este concepto puede verse como una reacción emocional de un observador que percibe que ese otro experimenta o está por experimentar una emoción. (Stotland, 1969; Hoffman, 1987; Mehrabian & Epstein, 1972).

Con el tiempo surgieron autores que proponen abarcar el concepto de empatía de una manera multidimensional, considerando tanto el aspecto cognitivo como el afectivo. Lo postulado por Blair (2001) es un ejemplo de cómo se puede tomar la empatía del modo al cual se hará referencia. Menciona que la misma posee tres componentes: “(a) la empatía cognitiva o Teoría de la Mente (ToM), (b) la empatía motriz, asociada al sistema de neuronas espejo, y (c) la empatía emocional.” (Blair, 2001, como se citó en Filipetti, López, & Richard, 2012, p. 65). Decety y Jackson (2004) refieren tres componentes que interactúan entre sí para formar el concepto de empatía: la respuesta afectiva más automática, la autoconciencia y conciencia del otro, y la flexibilidad cognitiva para adoptar la perspectiva del otro.

Preston y de Waal (2002) presentan una visión evolucionista, pero considerando aspectos tanto cognitivos como afectivos, desde una mirada interdisciplinaria del concepto donde postulan que los individuos están vinculados conductualmente por sus aspectos fisiológicos y neurológicos. Manifiestan que existe en todas las especies y que tiene profundos efectos en el éxito reproductivo, además de servir para la supervivencia frente al ataque de depredadores y para la capacidad de dar respuesta entre madre e hijo.

Shamay-Tsoory, Syvan, Harari y Levkovitz (2007) plantean dos modelos que podrían explicar una relación existente entre empatía cognitiva (EC) y empatía afectiva (EA), en donde postulan por un lado que el contagio emocional madura antes que el cognitivo, por lo que la EC dependería de la EA. Por otro, mencionan que cada uno de ellos depende de diversos circuitos neuronales, por lo que la afectación de un componente no tendría consecuencias sobre el otro. Siguiendo esta línea, Heberlein y Saxe (2005) mencionan que ambos procesos podrían actuar por separado, pero ello no significaría que siempre fueran independientes.

Rueda, Fernández Berrocal y Barón Cohen (2015) basándose en el Asperger y el déficit en la empatía cognitiva para las personas que lo sufren, desarrollaron un estudio en el cual deseaban evaluar la existencia de una disociación entre la empatía cognitiva y la afectiva, demostrando que jóvenes con Asperger obtenían puntuaciones bajas en EC, a diferencia de la EA, en la cual se observaban resultados dentro del rango promedio, pero con un déficit en el reconocimiento de emociones positivas.

Se han desarrollado de manera general las diferentes ideas de autores destacados en la historia de dicho concepto. En este trabajo se tuvo como objetivo realizar una revisión bibliográfica acerca de este término, pero referido a la primera infancia.

Las bases neurofuncionales de la empatía

Evolutivamente, el ser humano ha sido expuesto a presiones, las cuales generaron que las bases funcionales de la empatía se encuentren localizadas en el cerebro desde etapas muy tempranas del desarrollo como ser el nacimiento. Esta capacidad que poseen las personas desde infantes será desplegada poco a poco en el contacto con el entorno. Puede ser pensada bidireccionalmente, ya que el neonato posee una predisposición para distinguir y dirigir la mirada hacia el movimiento de un agente; y desde el punto de vista del adulto surge el impulso al cuidado de su descendencia. (Decety & Jackson, 2004; Legerstee, 1991, López, Filippetti & Richaud, 2014).

Las neuronas espejo son las que permiten, a manera de contagio, percibir el estado de otra persona ya sea desde lo emocional como con respecto a las acciones que el otro está realizando. Este descubrimiento se realizó a través de un estudio con monos en donde los investigadores (Gallese, Fadiga, Fogassi & Rizzolatti, 1996; Rizzolatti, Fadiga, Gallese & Fogassi, 1996) pudieron observar que un grupo específico de neuronas se activaba tanto en el momento de realizar determinada acción como cuando el sujeto observaba dicha actividad. Gallese (2001) refiere que para que esto suceda debe existir una relación entre el observador y el agente, por lo que la observación y la ejecución se presentarían como equivalentes. El área activada sería la corteza premotora del observador.

En seres humanos estas neuronas han sido estudiadas por Rizzolati et al. (1996) a través de neuroimágenes en donde, durante la observación de una acción manual, se activa un circuito equivalente al observado en investigaciones realizadas con monos, incluyendo el surco temporal superior izquierdo, el lóbulo parietal inferior y el área de Broca.

A lo largo de los diferentes estudios sobre el tema, Cook (2012) menciona que se ha discutido acerca de si el funcionamiento de estas neuronas es innato o adquirido. El autor se para en una visión adquirida de esta función a través de la experiencia sensoriomotora.

Frith y Frith (2006) consideran a las neuronas espejo simplemente un paso previo para lo que dieron en llamar mentalización. Estos autores realizaron un estudio a través de neuroimágenes en el cual las personas participantes del mismo debían pensar sobre los estados mentales de otro. La corteza prefrontal medial, el giro paracingulado, los polos temporales y la encrucijada temporoparietal intervinieron en este proceso. Otros autores como Mitchell, Macrae y Banaji (2006) postulan que frente a una persona que consideramos con ideas similares a las nuestras, se involucra una región ventral de la corteza prefrontal medial encargada de pensamientos autorreferenciales. Por su parte la mentalización sobre alguien diferente de nosotros involucra una subregión dorsal.

Feldman (2014) desarrolló recientemente un estudio en el cual realiza una comparación entre la actividad cerebral de madres y padres heterosexuales además de hombres homosexuales frente al cuidado de su hijo. La muestra fue en total de 81 padres primerizos. Se sugiere que hay una red neural que se activa frente a la crianza que pudieron observar mediante escáneres cerebrales. Los resultados arrojan que las madres que son cuidadoras principales de sus hijos mostraban mayor actividad en la amígdala, estructura de procesamiento emocional. Su incremento había sido hasta de 5 veces más que los padres que asumían un rol secundario. La investigadora asegura que el embarazo y el parto las prepara para este procesamiento. Los padres demostraron mayor actividad en el surco temporal superior, área vinculada a las relaciones lógicas referidas a la interacción social. En la crianza los padres se basan en la comprensión y en la empatía cognitiva. Con respecto a los hombres homosexuales que se desarrollaban como cuidadores principales se nota una gran activación de ambas regiones cerebrales destinadas a guiar la crianza. El pasar tiempo con los hijos demostró que el cerebro del padre se adapta para desarrollar un rol más activo en la misma. En relación con los niveles de oxitocina, llamada la hormona del amor, el estudio demostró que en todos los progenitores, tanto madres como padres, se liberaron niveles similares de esta hormona.

Continuando con la importancia de la liberación hormonal relacionada con la empatía y con lo referente a conductas sociales, se puede decir que cada interacción y cuidado temprano en los infantes son críticos para el desarrollo cognitivo y emocional (UNICEF, 2014). Existen hormonas y neuromoduladores, entre ellos, la oxitocina ya mencionada, que afectan este proceso. Simpson et al. (2014) aseguran que la administración de oxitocina exógena promueve en diferentes especies comportamientos sociales. Esto incluye a seres humanos y primates no humanos. En los adultos promueve la afiliación, pero no se contaban con investigaciones con respecto a lo que sucedía en niños. Para ello los mismos investigadores hicieron un estudio con macacos de 14 días de vida a los que se les aplicaba oxitocina o una solución salina a través de nebulizaciones. Los que recibieron oxitocina demostraron mayor gesticulación en respuesta a su cuidador y la oxitocina salival se correlacionó con el tiempo empleado en la proximidad con quien cumplía el rol de cuidador. La habilidad imitativa de estos bebés predijo aumentos de oxitocina asociado a las conductas de afiliación: relamerse los labios y atención visual hacia su cuidador. A su vez se ha notado una disminución del cortisol salival. Este estudio proporciona la primera evidencia de que la oxitocina aumenta las conductas sociales positivas en los recién nacidos.

El Trastorno del Espectro Autista (TEA o ASD por sus siglas en inglés) se asocia con trastornos genéticos en el sistema de la oxitocina, aunque el funcionamiento de esta hormona en humanos pequeños no se ha revelado del todo. Según una investigación encabezada por Feldman, Golan, Hirschler-Guttenberg, Ostfeld-Etzion y Zagoory-Sharon (2014), los niños con TEA tenían menor oxitocina como línea de base, luego de 20 minutos de interacción con sus padres esta hormona logró normalizarse y mantenerse alta durante el período que duró el contacto social; 15 minutos luego de finalizado este contacto, la oxitocina volvió a sus valores de base.

El papel del apego en la empatía durante la primera infancia

Los dos primeros años de vida son críticos para la capacidad de establecer un vínculo afectivo. Dörr y Banz (2010) postulan que la estimulación afectiva durante ese período dará lugar a que al crecer el niño pueda experimentar sentimientos hacia los otros, como es el caso de empatizar. A este tiempo se lo llama período crítico o ventana de oportunidad. Para lograr lo aquí expuesto es necesario que exista un cuidador, en general la madre, quien provee confianza y seguridad al bebé, a través de las caricias, contención y miradas. El comportamiento de esta díada madre-bebé se regula mutuamente.

Por su parte Calkins y Hill (2007) al referirse a los primeros tres años de vida del infante, mencionan que es el período de mayores logros, pero a su vez, de más limitaciones en el manejo de las emociones y también con respecto al autocontrol. Es la etapa de la vida en la que se encuentran los tan temidos y conocidos "terribles dos años", pero esto no impide el desarrollo de simples estrategias de control emocional (Thompson & Goodvin, 2007).

Según el Fondo Internacional de Emergencia de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF, 2014), las experiencias afectivas de los cuidadores primarios hacia los infantes desde los primeros años de vida influyen sobre el desarrollo cognitivo, social y emocional, factores que se encontrarían íntimamente relacionados. Es necesario que este acontecimiento de sostén sea una experiencia temprana como así también mantenida a lo largo del tiempo.

Existen investigaciones que estudian la empatía a través de los niveles de conductancia de la piel (SLC por sus siglas en inglés) en las madres. Emery et al. (2014) observaron 64 parejas madre-niño. Concluyen en que este estudio pone de relieve la contribución combinada de las tendencias empáticas de los padres y su propia experiencia emocional en respuesta a las emociones del niño.

Bowlby (1972) plantea su teoría del apego en donde existiría un vínculo afectivo o enlace entre un individuo y su cuidador. Arriba a la conclusión de que la pérdida de la figura materna puede producir reacciones tales como desarrollo de personalidades incapaces de afecto y psicopáticas. Basándose en este autor, Cherro (2010) menciona que es tan importante la sensibilidad del cuidador frente a las necesidades del bebé, como la accesibilidad, o sea, la capacidad de estar disponible, ambas formarían la disponibilidad emocional por parte del adulto. A decir del mismo autor habría una sucesión de etapas en el siguiente orden: empatía, apego seguro, función reflexiva y fortaleza emocional. A su vez, refiere que las interacciones de cuidado servirán de modelo de crianza para el adulto, en el que se convertirá el ahora niño. Esta idea fue desarrollada por Fonagy, Steele y Steele (1991) considerando un patrón intergeneracional en las relaciones de padres a hijos, que han estudiado a través de entrevistas con 100 madres durante el embarazo y luego en observaciones con sus niños (mediante la técnica de situación extraña).

Retomando la investigación realizada por Hirschler-Guttemberg, Golan, Ostfeld-Etzion y Feldman (2014) en donde se pone de relieve las futuras intervenciones basadas en el apego, podemos decir que sus resultados son coincidentes con los de los autores desarrollados en este apartado.

Otra investigación realizada por Esquivel y Ancona, García Cabrero, Montero, López Lena y Valencia Cruz (2013) analizó la relación entre las estrategias de corregulación madre-hijo para evaluar el esfuerzo del niño por controlar su enojo. En este estudio participaron 19 díadas madre-hijo, la edad de los niños oscilaba entre los 18 y 36 meses de edad. Los autores refieren que en todos los grupos de edad surgió el berrinche como estrategia activa que se relaciona con las conductas de sus madres al mantener la atención en la situación que les generaba frustración a sus hijos.

En el grupo específico de 18 a 24 meses de edad se evidencia una correlación positiva entre el acto de contener y el de consolarse por parte de los niños.

En los casos en los que las madres tranquilizaban a sus hijos a través del contacto físico o expresiones verbales empáticas, los pequeños eran capaces de modular la emoción de enojo y consolarse a sí mismos tocando su ropa o su cuerpo. Al utilizar estas madres verbalizaciones cálidas como un intento de regular la emoción de sus hijos, estos eran capaces de redireccionar la atención y lograban reducir la intensidad de su reacción emocional. Los mismos autores hacen referencia a que en previos trabajos teóricos y empíricos como los de Calkins y Johnson, (1998), Eisenberg, Cumberland y Spinrad (1998), Fabes, Leonard, Kupanoff y Martin (2001) el factor clave para el aprendizaje de la regulación emocional en los infantes es la interacción entre madres e hijos; estos últimos demuestran una tendencia a adoptar estrategias similares a las de ellas.

La innata predisposición a vínculos emocionales con los otros facilita el desarrollo de la relación madre-hijo, y juegan papeles importantes lo conductual y fisiológico. Siguiendo con esta idea se puede decir que el bebé guía la atención de sus cuidadores a través del llanto o sonrisa. De esta forma el niño "contagia" su stress a sus progenitores para que logren actuar ante ello, inclusive percibiendo signos que permitan realizar una conducta por parte del adulto, antes de que el suceso se torne estresante. Esto genera motivación y necesidad para actuar (Preston & de Waal, 2002).

Feldman (2007) realizó un estudio longitudinal en 31 niños controlados desde los 3 meses hasta los 13 años. Se encontraron asociaciones directas en la sincronía entre madre e hijo analizada desde los primeros meses y la capacidad de empatía en la adolescencia. Participar en un intercambio sincrónico puede sensibilizar a los niños ante la resonancia emocional y la empatía en las relaciones humanas subyacentes a lo largo de la vida.

Retomando el informe realizado por UNICEF (2014), queda en evidencia cómo esta interacción está dada por una sincronía que permite un marco de mutua reciprocidad. El cuidador sincroniza naturalmente sus comportamientos con los períodos de sueño-vigilia del infante, en donde encuentra el momento propicio para interactuar con él dependiendo de las necesidades del momento. El bebé logra responder a esto con gestos y movimientos corporales, existe registro de ello inclusive en bebés prematuros y de bajo peso. Si bien nos encontramos cada vez más con que las Unidades de Cuidados Intensivos Neonatales (UCIN) en donde se encuentran internados los niños nacidos prematuros, ofrecen horarios irrestrictos para los padres e intentan fomentar el contacto piel a piel (COPAP), es también una realidad que en estos casos existiría una disminución de los estímulos que generan confort y seguridad en el bebé como el contacto con el cuerpo materno, las caricias, canciones y el amamantamiento. Frente a esto UNICEF (2014) plantea que existen evidencias de que las experiencias estresantes durante los primeros meses de vida dejan secuelas emocionales y neurológicas en estos niños.

Taylor, Eisenberg, Spinrad, Eggum y Sulik (2013) en sus investigaciones sugieren que las características tanto de la crianza como de la personalidad son relevantes para el desarrollo de la empatía en la infancia y pueden contribuir a un comportamiento prosocial de los niños con sus compañeros. Se basaron en una población de niños de 18 meses de edad. Este estudio plantea un enfoque diferente al dar luz sobre la empatía entre pares en edades tempranas. A su vez manifiestan que las niñas demostraron mayor empatía que los varones.

Por lo expuesto en este apartado se puede notar como la empatía se va desarrollando desde el nacimiento y a lo largo del tiempo. En la tabla 1 se pueden visualizar las habilidades que podrían vincularse a la empatía en los primeros dos años de vida del niño.

Tabla 1.

Desarrollo de habilidades vinculadas a la empatía en infantes de 0 a 2 años.

Edad

Habilidad

Recién nacido

Succionar, apretar el dedo de su madre, fijar la mirada, oler, llorar. Cuando su madre le habla la mira fijamente, se tranquiliza y abre la boca. Los padres aprenden a decodificar diferentes llantos del niño.

1 a 3 meses

Mayor seguimiento visual y coordinación. Rota su cabeza de un lado a otro. Reacciona a su entorno con todo su cuerpo a través de movimientos poco coordinados y emite sonidos. Sigue un objeto. Está más tiempo despierto y se interesa cada vez más en las personas de su entorno. Le interesan los rostros y aparece la sonrisa social. Emite sonidos guturales, luego arrullos, gorjeos y ajó.

4 a 6 meses

Comienza a distinguir las características de los objetos y reacciona ante ello. El bebé logra incorporarse más y de esta manera logra con mayor facilidad seguir con su mirada y cabeza sonidos y objetos, facilitando la comunicación con el entorno. Se refuerzan los sonidos que imitan a la lengua materna, aparecen sonidos silábicos: ma, da, ta. Al finalizar el trimestre gira hacia quien lo llama por su nombre. Juega a las escondidas, imita juegos, gestos y sonidos. Reconoce a su familia y llora ante los extraños. Demuestra alegría y enojo e intenta conseguir lo que desea con sonidos y llanto. Le sonríe, “habla” y acaricia su imagen en el espejo aunque no se reconozca.

7 a 9 meses

Logra sentarse y gatear. Comienza la intencionalidad, sabe cómo lograr lo que desea. Mantiene la imagen interna de objeto o persona a pesar de su ausencia (juego de las escondidas). Realiza comunicación intencional y comprende situaciones y gestos. Grita en demanda de atención. Comprende el no por el tono y gesto de quien se lo dice e imita con gestos. Comienza la angustia del octavo mes. Imita gestos, toses y otras mímicas. Tiene preferencia por algunos juegos y logra iniciarlos él mismo. Al finalizar el tercer trimestre logra decir palabras con significado como mamá y papá y espera que festejen sus logros.

10 a 12 meses

Es capaz de expresar sus emociones y reconocerlas en los demás. Sus actos tienen intencionalidad y espera la aprobación de los adultos. Repite dos o más palabras. Continúa con la imitación. Señala partes de su cuerpo.

13 a 15 meses

Aprende a pensar y relacionarse, a entender que existen límites. Pueden aparecer berrinches. Le cuesta separarse de la madre sobre todo si se encuentra en un ambiente extraño. Es notoria la influencia que su familia ejerce en el niño. Imita situaciones cada vez más complejas. Es capaz de mostrar y ofrecer juguetes. Baila. Aparece la palabra frase. Reconoce y señala partes del cuerpo en él/ella y en otras personas.

16 a 18 meses

Coordina diferentes áreas de desarrollo como lenguaje, motricidad fina y gruesa, esfera social. En algunos niños puede aparecer el comienzo de control de esfínteres. Coopera al vestirlo. Cumple órdenes sencillas sin necesidad de señalar. Mayor comprensión del lenguaje.

19 a 21 meses

Puede “contar” experiencias. Inicio del juego simbólico o de ficción. Imita situaciones o sonidos que no ocurren en ese momento, pero que han logrado obtener la representación mental. Ayuda en tareas de la casa. Intenta imitar trazos en el papel. Es más independiente en el juego, pero necesita del restablecimiento emocional que puede ofrecerle la madre, por lo que luego de jugar un rato solo va en busca de ella.

22 a 24 meses

Logra esquemas de acción que interioriza. Anticipa sus acciones, mayor posibilidad de recordar. Simboliza. Evoluciona el lenguaje expresivo y comprensivo. Le gusta estar con otros chicos, pero no comparte del todo su juego. Logra resolver algunos problemas de manera independiente. Adquiere hábitos de higiene (ayuda a bañarse por ejemplo). Cumple órdenes sencillas de dos pasos.

Datos basados en el texto: Programa Universitario: Impacto de la prematurez en el crecimiento y desarrollo (Schapira & Cravedi, 2014).

Metodología

Se utilizó la revisión bibliográfica a través de búsquedas de artículos en bases de datos tales como American Psychological Asociation, Redalyc, Medline, PubMed y Cogprints. Los años en que fueron realizadas estas publicaciones datan de 1969 hasta 2015.

Conclusiones

Al situarse desde una mirada científica sobre la empatía, es posible encontrarse con que su definición dista de ser unívoca. Este campo se encuentra en construcción y en consecuencia se presentan discusiones referentes al tema. Se han visto autores que se centran en una mirada cognitiva y otros desde una perspectiva afectiva. A lo largo de los últimos años comenzaron a desarrollarse contenidos que intentan hacer una integración. Esto favorece la interdisciplina, modalidad a la cual se adhiere en este informe (Heberlein & Saxe, 2005; Preston & de Waal, 2002; Rueda, Fernández Berrocal & Barón Cohen, 2015; Shamay-Tsoory et al., 2007).

Se ha notado que al hacer referencia a la empatía los diferentes investigadores mencionan que sirve a los fines de comprender al otro y a su vez ser comprendido. Esta situación planteada en etapas tempranas tales como el inicio de la vida favorece el vínculo padres-hijo y permite la supervivencia del infante (Bowlby, 1972; Calkins & Hill, 2007; Cherro, 2010; Dörr & Banz, 2010; Emery et al., 2014; Fonagy et al., 1991; Hirschler-Guttemberg et al., 2014; Thompson & Goodvin, 2007; UNICEF, 2014). La empatía, entonces, se despliega en ambas partes, cuidadores e infantes demuestran signos conductuales de empatía que tienen su basamento en el sistema nervioso. Estructuras importantes están comprometidas en este concepto, es el caso de las neuronas espejo descubiertas a partir del estudio con monos, que permiten a manera de "contagio" comprender el estado de otra persona como ser el aspecto emocional y lo referente a sus acciones (Cook, 2012; Gallese, 2001; Gallese et al., 1996; Frith & Frith, 2006; Rizzonatti, 1996; Rizzolatti et al., 1996). Se activan, a su vez, áreas como la corteza premotora, el surco temporal superior izquierdo, el lóbulo parietal inferior, el área de Broca y la amígdala (Feldman, 2014; Mitchell et al., 2006).

Se encuentran diferencias en la activación de ciertas estructuras detalladas si se comparan hombres y mujeres, relacionándose esto con el rol que ocupa cada uno frente al cuidado de su hijo. Las madres demuestran mayor actividad de la amígdala al ser las cuidadoras primarias del niño: el embarazo y el parto las va preparando para la consiguiente crianza. Esta estructura se relacionaría más con la empatía afectiva. En cambio, en los padres se activan zonas que corresponderían al aspecto cognitivo como es el caso del surco temporal superior. Es interesante destacar que el cerebro del padre puede ir asemejándose al de la madre cuando se torna cuidador primario. En padres homosexuales cuidadores primarios se revela que ambos sectores cerebrales se encuentran en actividad. (Feldman, 2014).

La "hormona del amor", la oxitocina, también juega un papel importante a la hora de hablar de la empatía. Cada interacción y cuidado temprano en los infantes son críticos para el desarrollo cognitivo y emocional y el papel de esta hormona es indispensable para lograrlo. Podría ser la encargada de conductas en el bebé tales como relamerse los labios, el mirar con atención a su cuidador y la inclinación desde el nacimiento a la imitación. Esta sería un área de estudio que podría analizarse con mayor profundidad en humanos, ya que los antecedentes con los que se cuentan se relacionan con macacos recién nacidos (Feldman et al., 2014 ; Simpson et al., 2014).

Desde el nacimiento las conductas del bebé tenderían a generar una respuesta en sus padres para obtener su atención y de esta manera lograr la supervivencia. Al acercarse al concepto de apego involucrado en la empatía se puede afirmar que desde el lugar del bebé, a partir de su nacimiento el llanto o la sonrisa del mismo actúan sobre las respuestas afectivas de sus cuidadores, sirviendo de guía para la atención y consiguiente acción de los mismos. De esta forma el niño "contagia" su stress a sus progenitores para que logren actuar ante ello, esto genera motivación y necesidad para actuar. La relación afectiva entre niño y cuidador primario influye sobre el desarrollo cognitivo, social y emocional, factores que se encontrarían íntimamente relacionados. Es necesario que este acontecimiento sea una experiencia temprana como así también sostenida en el tiempo. Si esta experiencia de confort hacia el niño llegara a faltar, generaría personalidades incapaces de afecto y psicopáticas (Bowlby, 1972; UNICEF, 2014).

Según va transcurriendo el desarrollo del niño, la empatía va alcanzando no sólo a su primer entorno más cercano, sino a sus pares, culminando con conductas de mayor independencia al haber ya logrado ciertas representaciones mentales (Schapira & Cravedi, 2014; Taylor, Eisenberg, Spinrad, Eggum & Sulik, 2013).

Como cada nacimiento es diferente no siempre es posible encontrarse ante la situación esperada como ser un nacimiento a término. Por lo que en los casos de prematuridad también se presentan conductas de empatía, pero al permanecer internados en UCIN existe una disminución de estímulos positivos como el contacto con el cuerpo materno, las caricias, canciones y el amamantamiento. Esto generaría secuelas emocionales y neurológicas a mediano y largo plazo (UNICEF, 2014).

Sería de interés para futuras investigaciones apoyarse en la Psicología Perinatal para poder profundizar sobre la empatía en los niños que al nacer han permanecido internados por patología neonatal o prematuridad en UCIN.

Contribuir al avance en el estudio de esta temática se considera necesario, ya que las conductas tempranas de empatía alcanzan tal grado de importancia que permiten la supervivencia del individuo y son el cimiento sobre el cual se construye la afectividad desplegada en la adultez.

Referencias

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1 Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Psicología Matemática y Experimental (CIIPME) – CONICET, Universidad de Buenos Aires (UBA) Facultad de Psicología; gomezmariaceleste@gmail.com

Agradecimientos:

Al Dr. Fabián Román, docente del Doctorado en Psicología con orientación en neurociencia cognitiva aplicada de la Universidad Maimónides, por su asesoramiento en la temática.

A la Dra. Alicia Oiberman, directora de mi proyecto de tesis doctoral, por el impulso y confianza en mi trabajo.